A propósito de «Historias del buen valle»

Ago 1, 2025 | Noticias

Fotografía: Oscar F. Orengo

Al considerar el encargo de un museo en torno a los barrios desfavorecidos de Barcelona, comencé a explorar Vallbona con la cámara de Super 8 que acompañó mi adolescencia en los setenta. Muchos motivos de este lugar, en tránsito entre lo rural y lo urbano, evocaban aquella década, e incluso tiempos anteriores.

Filmaba en blanco y negro, sin sonido, observando sin mediar palabra, pero con la presunción de estar creando una memoria visual inédita al impresionar las primeras “imágenes de archivo” de un territorio aún carente de ellas. Capturaba el presente con un sentimiento de pretérito, como si al pulsar el obturador el tiempo mudara instantáneamente en pasado.

A esta incipiente filmación sucedió un casting, convocado con el propósito de conversar y acercarme el heterogéneo paisaje humano del vecindario.

De estos intercambios -determinantes para concretar el proyecto de un largometraje- retengo una desalentadora constante: la de que había llegado tarde, porque la historia del barrio ya había pasado.
Se referían, claro está, a la épica de los migrantes que, desde la posguerra, fueron poblando los arrabales del extrarradio, construyendo clandestinamente, de noche, las chabolas que darían forma al espontáneo urbanismo de un barrio ajeno a toda planificación institucional. Una historia que, con ligeras variaciones, se repite en los extrarradios de las grandes urbes durante los años de la dictadura: redadas policiales, clandestinidad, inundaciones, luchas por el agua, la electricidad, el alcantarillado, la escuela, el transporte y tantos otros servicios básicos que damos por sentados en la ciudad.

“Todo esto pasó y hasta sus protagonistas se fueron: ya no hay historia”, repetían. Supuse que la falta de perspectiva ante el presente les impedía reconocer un posible relato actual en la fragmentada y mutante identidad de la nueva Vallbona -hasta 12 idiomas recorren la película- . En cualquier caso, ahí estaba ese paisaje informe y disperso que urgía explorar.
¿Qué significarían esos escombros en un arrabal, un tubo de hormigón, un pavimento agrietado por las raíces, un pozo, un puente, una ventana, una charca, una montaña divisoria, un nuevo complejo habitacional, un camino abruptamente interrumpido, un árbol seco, unas cañas de azúcar plantadas junto a las vías?

Había que encontrar las miradas capaces de dotar de sentido a todo ello, ver a través de ellas: desde las filosofías y recelos de una pagesía ancestral, desde el legado de un abuelo en su aldea de la India, desde los tambores de un río guineano, desde un sombrío bosque ucraniano…
Para proyectar una mirada justa, estos imaginarios debían solaparse al paisaje físico de Vallbona, transformarlo, moldeando su identidad en constante movimiento. Una identidad siempre en construcción, en permanente work in progress.

José Luis Guerin